Los ecologistas comeflores: ¿mafiosos New Age? (Mitos)
LaDanta LasCanta
Con la firma de los memoranda de intención de la república con varias empresas transnacionales para la explotación del Arco Minero del Orinoco (AMO) también explotó en las redes sociales y medios de información, la diversidad de opiniones en su defensa.
A pesar de las diferentes tácticas argumentativas adoptadas en estos discursos, todos están marcados, implícita o explícitamente, por la reproducción de varios mitos sobre lxs ecologistas. Estos “relatos” pueden ser condensados en un significante que pasa a definir al grupo como un otro sobrante separado del nosotros uniforme. Esta caracterización tiene tres efectos fundamentales: 1) descalifica su proyecto político; 2) pone en entredicho la legitimidad de lo que dice y hace; 3) causa rechazo y aversión. Constituida esta identidad se hace casi imposible establecer empatía con el grupo mitificado.
Los tres mitos contemporáneos: las feministas que odian a los hombres, los comunistas que comen niños y los ecologistas que comen flores
Desde finales del siglo XVIII, momento en el que las mujeres nos manifestamos y organizamos para que se extendiera a nosotras el principio de igualdad, se comenzaron a tejer un conjunto de mitos –aún antes del surgimiento del significante feminista- de los cuales solo mencionaremos los más pintorescos: somos mujeres que odiamos a los hombres, queremos imponer la dominación femenina y/o somos mujeres masculinizadas. Mitos que han sido efectivos por su permanencia en el tiempo, y porque además han logrado calar en el imaginario de muchas mujeres, quienes en lugar de llenar las filas del feminismo, se han mantenido alejadas de este movimiento político al cual le deben muchos de sus derechos.
En el periodo de la Guerra Fría, cuando los comunistas eran considerados un verdadero peligro para la estabilidad del sistema capitalista, se difundieron a través de un sofisticado aparato de propaganda, una serie de mitos para que la población en general, y la estadounidense en particular, les temiera. Estos iban desde los más burdos, tales como que comían niños y hacían jabón con los ancianos, hasta los más sofisticados que exponían que su objetivo era quitarnos nuestras pequeñas propiedades y convertirnos a todos en pobres. De tal manera que lxs trabajadorxs, en vez de engrosar las filas del movimiento internacional vanguardia de su liberación, se alejaban de éste como la lepra.
Las y los ecologistas de diferente denominación no han escapado a este mecanismo. Desde el momento en que comenzamos a surgir como una fuerza política visible en la década de los setenta, se empezaron a difundir una serie de mitos sobre nuestras prácticas y posiciones políticas: tree huggers o hippies comeflores trasnochados que no sabemos nada de la Real politik, última expresión del liberalismo burgués come lechuga y conjunto de individuos retrotecnológicos que llevamos un estilo de vida similar al del niño de la selva. Mitos que indudablemente forman el contenido de los prejuicios que han apartado del movimiento a todos aquellos preocupados por los efectos del androcentrismo y la destrucción acelerada de los ecosistemas.
Estos mitos son tan reales que han funcionado para mantener separados a los propios movimientos políticos y sociales, quienes desconfían unos de los otros solamente sobre la base de estas preconcepciones. Los comunistas desconfían de las feministas y ecologistas, las feministas de los comunistas y los ecologistas de los comunistas y feministas. De tal manera que en vez de enlazar algunos puntos comunes de las diferentes agendas, se solidifican las diferencias y se consolida la división, tal como lo celebra hoy el capitalismo patriarcal.
Los mitos, en momentos en el que determinado grupo se convierte en un adversario político visible, justifican simbólicamente su persecución. Dos ejemplos bastarán para demostrar nuestra afirmación: a principios del siglo, mientras las feministas inglesas que luchaban por el derecho al sufragio eran fuertemente reprimidas, se desarrolló una campaña en la prensa y a través de afiches en la que se presentaba a las suffragettes como mujeres que buscaban someter a los hombres, específicamente a sus esposos.
Afiche publicado en Gran Bretaña a principios del siglo XX (figura 1)
Asimismo, a principios de la década de los cincuenta, cuando se inicia el macartismo, se comenzó, en los medios de comunicación, una agresiva campaña que difundía un conjunto de mitos sobre los comunistas, entre los que destacaba que eran agentes de la URRSS.
I Married a Communist (Laraine Day and Robert Ryan) (1949) (figura 2)
¿Por qué mitifican a los adversarios del AMO?
Desde hace algunos meses diversos grupos políticos, particularmente lxs ecologistas, hemos denunciado, en la mayoría de los casos con sólidos argumentos, las catastróficas consecuencias que traerá al país el desarrollo del Motor Minero, concretamente el proyecto Arco Minero del Orinoco (AMO). Las respuestas no se han hecho esperar y el renacimiento de los mitos tampoco. Lo curioso, en este caso, es que hayan sido revividos desde las filas del propio chavismo defensor del ecosocialismo (incluidos los otrora anarquistas).
Veamos cuáles son los mitos que se han reactualizado:
• Lxs ecologistas somos unos idealistas e irresponsables, pues no sabemos nada de estrategia política ni de la realpolitik ni mucho menos de la actual crisis económica que atraviesa el país y el Gobierno.
• Lxs ecologistas nos pronunciamos ante el Arco Minero del Orinoco, pero callamos ante otros problemas de orden ambiental que sucedieron en el pasado.
• Lxs ecologistas somos un conjunto de intelectuales pequeño burgueses que opinamos desde nuestra comodidad caraqueña y no sabemos lo que sucede en las regiones, especialmente en el sur del país, en el territorio del AMO.
• Lxs ecologistas somos incoherentes porque tenemos dispositivos y máquinas electrónicas (construidas con base en minerales y sobre la lógica del capitalismo extractivista) y las usamos para difundir nuestras ideas.
Podríamos hacer una lista más extensa, pero con estos puntos basta. Lo cierto es que se está utilizando una estrategia argumentativa que al desautorizar a las personas o colectivos ecologistas, pretenden descalificar su política y discursos. Efectuado ese movimiento, se hace innecesario el debate.
Les lanzamos a quienes nos estigmatizan las siguientes de preguntas: ¿Lxs ecologistas somos un bloque político homogéneo? ¿Respondemos a un solo paradigma teórico?¿Lxs ecologistas vivimos aislados de la realidad del país? ¿Vivir en las ciudades nos desautoriza? ¿Acaso vivir en medio de la selva le daría más validez a nuestros señalamientos? ¿Podemos opinar de conflictos ambientales en Estados Unidos y otros países Latinoamericanos (preferiblemente si tienen gobiernos de derecha), pero no podemos opinar en nuestro propio país? ¿Lxs ecologistas no levantamos nuestra voz de protesta ante los diferentes gobiernos en el pasado lejano y reciente? ¿Somos dignxs de sospecha porque algunos somos intelectuales que usamos dispositivos electrónicos? ¿Existe una política tipo Pol Pot de la cual no nos habíamos enterado? ¿Un ecologista no puede ser intelectual? ¿Solo podemos limitarnos a comer flores? Si ser intelectual es tan malo, entonces, ¿por qué el Estado patrocina a la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad?¿Para ser coherentes con nuestras ideas tenemos que vivir en una choza sin luz y con una máquina de escribir como el Unabomber? ¿Los ecologistas estamos contra los avances tecnológicos?¿Somos responsables de que el Gobierno entregue a las transnacionales nuestros bienes comunes solo porque usamos teléfonos celulares, computadoras, automóviles, hornos microondas, insulina, inseminación artificial o quimioterapia?
Retrato hablado del Unabomber (figura 3)
Hay dos maneras de responder a estas preguntas: la primera, por la vía de los prejuicios y los falsos dilemas, en la que hay contestaciones simples y seguras; la segunda vía, desde el conocimiento, parte de una intención genuina de comprender nuestras posiciones y de informarse sobre los diversos movimientos ecologistas. La primera lleva a la reafirmación de los mitos y la demonización; la segunda conlleva asumir una posición responsable: informarse antes de opinar. La primera es sostén de la persecución; la segunda es la base del debate político propio que demanda nuestra democracia participativa y protagónica y del cual estamos convencidxs es la vía obligante para formar una nueva geopolítica orientada a la preservación de todas las formas de vida que compartimos el único hogar: el planeta tierra.